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Valores y Principios PRM : La honestidad política.
Las actuaciones del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y de todos sus miembros en el campo social, político y en el gobierno debe regirse por el principio y valor de la HONESTIDAD
La honestidad es un valor relacionado con la decisión de actuar conforme a la Verdad y la Justicia.
Algo que la mayoría de nosotros tenemos en común es que no nos gusta la deshonestidad. No nos gusta especialmente cuando lo vemos manifestado en los demás. Sin embargo, no es fácil verlo en nosotros mismo, cuando somos deshonesto, tendemos a racionalizar nuestros actos, a justificarlos, a minimizar su significado.” -John H. Mathews-.
Sería razonable que nuestros políticos situaran el valor de la honestidad por encima de la astucia, valor supremo en la Argentina, según Borges. Un periodista del diario La Tribune de Genève preguntó a Borges por qué había decidido vivir sus últimos días en Suiza. Respondió que deseaba que sus restos descansaran en tierra suiza, donde la honestidad era el valor más alto de la vida, y no en suelo argentino, donde el valor supremo era la astucia.
Si la astucia es la habilidad para engañar y lograr artificiosamente un fin, sus consecuencias son graves cuando se la practica en este terreno. De allí que los actos de quienes gobiernan o aspiran a hacerlo, deben reflejar no sólo responsabilidad sino también verdad pues repercuten en toda la sociedad.
La honestidad como una cualidad humana
Políticos sin lujos ni privilegios
La honestidad es una cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, tanto en la relación consigo mismo como con el resto de la sociedad.
Todos deseamos que quienes estén cerca a nosotros, y también las personas que desempeñan cargos de representación pública, nos digan siempre la verdad.
Es por ello, que la honestidad es un valor relacionado con la decisión de actuar conforme a la Verdad y la Justicia, que igualmente debe ser vivido con humildad.
Por tanto, es honesto quien actúa y habla de conformidad con lo que considera correcto, pero que no hace de tales actuaciones un escenario teatral para ser reconocido por los otros.
Así, reconocerá de cada uno lo que le corresponde y actuará con base en sus propios principios.
La prueba más dura para un político honesto llega cuando debe defender ideas que no son populares, pero que son las correctas.
No todos aprueban ese examen, sobre todo cuando se acercan las elecciones. No obstante, solo los políticos deshonestos equiparan la política con la popularidad exclusivamente.
Sería razonable que nuestros políticos situaran el valor de la honestidad por encima de la astucia, valor supremo en algunos políticos para engañar y alcanzar sus objetivos personales. Si la astucia es la habilidad para engañar y lograr hábilmente un fin, sus consecuencias son graves cuando se la practica en este terreno.
El escandaloso y bullicioso político es pariente cercano del apostador, y busca lograr sus crecientes ambiciones por cualquier medio, sin importar los riesgos y a pesar del costo para los demás.
La honestidad nos lleva al mundo de la honradez, de la decencia, de la dignidad, de todas esas cualidades humanas, hoy poco cultivadas, pero que sí son exigibles a cada uno de nosotros.
La honestidad como requisito
Con mayor razón hay que pedírselas a quienes nos representan, a los que elegimos para que nos gobiernen, a los que nos legislan, a los que nos juzgan y, también, cómo no, a todo aquel que desde su mayor o menor espacio de poder puede con una simple pulsación de un botón trastocar el normal desarrollo de un asunto y, lo que es peor, variar la justa resolución del mismo.
La honestidad es la mejor política. Suena como lo más fácil del mundo, pero ser realmente honesto con otras personas y contigo mismo puede ser un gran reto
La honestidad política es mucho más que no dejarse corromper
La honestidad que se requiere en los políticos no es solo la que se refiere a la lucha contra la corrupción. Esta, desde luego, es fundamental y si se consiguiera generalizar habríamos dado un paso de gigante. Pero hay otros vicios en el funcionamiento de nuestras instituciones que tienen una enorme incidencia en el conjunto de la sociedad, y para combatirlos también necesitamos políticos que, además de competentes, sean honestos. Honestidad en otro sentido, pero honestidad al fin y al cabo.
Pensemos, por ejemplo, en el despilfarro económico. Es evidente que, tal como está la economía en este país, es un sobrecoste que no nos podemos permitir. Sin embargo, hay muchas maneras de generar despilfarro. Algunas son escandalosamente visibles y otras pasan casi desapercibidas.
Por ejemplo, ¿cuánto nos cuesta el exceso de burocracia? Muchísimo. ¿Y qué tiene que ver con la honestidad de los políticos? También mucho. Situemos el contexto: imaginemos uno de estos ciudadanos, recién incorporado a la vida política, que de la noche a la mañana es nombrado en un cargo de responsabilidad en una institución pública. ¿Qué actitud guiará su gestión? Puede optar por emplearse a fondo y revisar cómo funciona esa institución, para introducir los cambios que maximicen su eficacia, apoyándose en las opiniones de los funcionarios más competentes y en las de los sectores sociales afectados. Cambios que pueden ir desde la simplificación y agilización de procedimientos administrativos, eliminación de normas y controles innecesarios, adopción de medidas que incentiven la motivación y la productividad de los funcionarios, etc. En ese caso, puede que su trabajo apenas repercuta en la opinión pública, ni por tanto tenga rentabilidad electoral, pero será fundamental para quienes dependan de esa institución. Pero también podría optar por no complicarse la vida, limitarse a velar porque todo siga funcionando como siempre y dedicarse a aquellas iniciativas de interés mediático, para su propio interés político, el de su jefe o el de su partido.
Otro ejemplo: ¿cuánto dinero tiramos en inversiones innecesarias? A veces no es posible saber de antemano si una inversión lo será, pero hay muchos casos en las que es perfectamente posible saberlo. En cualquier caso, se reduciría mucho el despilfarro en este tipo de decisiones si, por lo general, éstas vinieran precedidas de una evaluación rigurosa que las justifique. Una evaluación a largo plazo sobre sus ventajas, inconvenientes y alternativas. Naturalmente, tras una evaluación de este tipo, algunas de esas decisiones tendrían que cancelarse. Y el político de turno tendría que tener la honestidad de asumirlo y el valor de enfrentarse con quienes demandaban esa inversión, fuesen otros poderes políticos o determinados sectores sociales o económicos. O incluso su propio jefe. Se trate de inversiones o de lo que sea, tener el valor de decirle a su superior jerárquico que eso que quiere no se debe o no se puede hacer es decisivo en muchos casos para evitar que se cometan grandes errores. Ser más leal a la sociedad que a sus jefes, forma parte de la honestidad que se les reclama a los políticos.
Pero hay otros aspectos de la gestión que demandan políticos honestos, además de competentes. Por ejemplo, la solución a muchos de los problemas de fondo que tiene este país requiere de estrategias bien definidas, con medidas coherentes a corto, medio y largo plazo. Requiere, por tanto, que los políticos con responsabilidades de gestión dediquen parte de su tiempo a diseñar esas soluciones y a impulsar esas estrategias, aunque no sean ellos los que recojan los frutos. Eso también forma parte de la honestidad política.
E, incluso, más allá de lo que solemos entender por asuntos de gestión, hay un amplio espectro de temas que tienen que ver con la calidad de nuestra convivencia y, para los cuales, se echa de menos políticos honestos y valientes. (Por cierto, ¿se puede ser honesto sin ser valiente?). Por ejemplo, la famosa transparencia, hablarle claro a la ciudadanía, reconocer claramente los propios errores, exponer abiertamente las dudas que plantean determinadas actitudes o comportamientos sociales, etc.
Así podríamos seguir citando ejemplos. No suelen asociarse con la corrupción, pero contribuyen, y mucho, a que la gestión del interés colectivo se haga bien. Algunos discutirán si todo esto entra dentro de lo que debemos entender por honestidad política pero, si consideramos como tal el querer darse cuenta de cómo se deberían hacer las cosas, e intentar hacerlas, estaríamos de acuerdo en que efectivamente forma parte de ese atributo.
Cuando no se practica la honestidad
Se obtiene un gobierno que se roba a sí mismo, robando a su pueblo, y lo único que podrá tener es violencia, inseguridad, desconfianza en sus instituciones públicas y acciones políticas.
La corrupción produce ingobernabilidad, caos, crisis económica y social.
Cuando a través de la política la honestidad no se práctica, se carece de crecimiento económico, reinando la miseria, la pobreza y el desprecio social al sistema político.
Muchas gracias por llegar hasta el final, esperamos les sea de alta utilidad.
Todo nuestro respeto La Voz Del PRM
Fuentes