Por Ramón Colombo
Que todo cese aunque sea un instante, de cabo a rabo en este país del carajo; que no se grite ninguna imprecación politiquera; que las ambiciones hagan una breve pausa monetaria; que los jilgueros pagados paren su engañoso trino; que el comadreo chismoso suspenda sus cuchicheos; que todo discurso se detenga en las bancadas, las altas aulas, la historia narrada de adelante hacia atrás y viceversa, y que hasta en las cocinas baje el humo y sus mejores olores. No es para menos, pues precisamente ahora ha muerto Hugo Tolentino, querido desde la palabra hasta el abrazo, con su inmenso montón de sueños alcanzados y gestas inconclusas.