Por Rafael Nino Féliz
La alegría no la abandona nunca; no se considera superior a nadie, sino una ciudadana que no necesita reconocimiento por su conducta en las cosas que ha hecho en su vida. Por ésto suele decir: «Yo sólo he cumplido como ciudadana”
Milagros Ortiz Bosch es uno de los símbolos cívicos y morales más altos de la política nacional en la República Dominicana. Muchos de su generación la vieron crecer desde sus años adolescentes en el difícil mundo de la política de nuestro país y el asfixiante ambiente de una de las dictaduras más férreas del mundo. Guardo en mi memoria adolescente una información relacionada con la formación política de los jóvenes dominicanos en el exterior, muy especialmente en Costa Rica. No sé, realmente, dónde leí esa información o si la escuché en aquellas largas discusiones en el liceo o en la universidad. Sólo sé que mi mente la relaciona con José –Pepe- Figueres y Juan Bosch.
Vuelvo a Milagros. Siempre estuve a la distancia física de Milagros, pero nunca pude dejar de mirarla desde la magia que su natural personalidad produce e inspira sobre su propio entorno. Aún conservo su imagen cuando se montaba en un alto jeep mientras recorría en la campaña política los barrios de la vieja ciudad de Santo Domingo. La recuerdo en la Esquina Caliente de Sabana Perdida. Ella subía y bajaba desde dicha máquina con la energía de una adolescente. Blanco su cabello y blanca su vestimenta; parecería que estos elementos se combinaban perfectamente para producir la sensación o la ilusión de que una paloma blanca alzaba su vuelo. O se movía mágicamente.
Tengo la impresión de que ella nació para estar acompañada por las multitudes. Cuando está en grupos de personas, se convierte en punto distintivo y centro de atracción del colectivo. Ahora que estoy más cerca de ella, advierto desde un lugar más íntimo que su energía y magia continúan como antes. Casi podría decirse que Milagros Ortiz Bosch, desde su mirada ágil y veloz, como desde el movimiento fugaz de su cuerpo, nació para ser siempre niña.
Mi profunda admiración por Milagros se inició desde aquel día en que doña Ivelisse Prats de Pérez me dijo que la Dra. Ortiz Bosch era una mujer tan seria que puso en su puesto a un sujeto atrevido y corrupto en un momento en que éste quiso hacerle una propuesta indecente e inmoral cuando ella fue secretaria de Educación. Dice que Milagros dejó al sujeto sentado y fue a buscar a sus funcionarios más cercanos para que el comerciante de la política hiciera su propuesta públicamente frente a su equipo de trabajo en su Despacho.
Otro día, la profesora Ivelisse me dijo que, en plena dictadura de Trujillo, ella tenía unos veinte años y venía caminando por la calle El Conde y Milagros era una niña de unos catorce o quince años, y la vio repartiendo volantes contra el dictador y le entregó uno a ella. Ivelisse se quedó conmovida por la acción de esa niña tan valiente.
Nunca había hablado con doña Milagros, aunque nos habíamos encontrado en algunos eventos. Pero una vez acudí a un importante centro médico y me encontraba, junto a mi familia, gestionando mi ingreso por algún problema que debía solucionar; yo era, para la ocasión, Vicerrector de la Universidad. Nos encontramos allí, y me dijo: «Oye, Nino, tú estás haciendo un buen trabajo en la Vicerrectoría de Extensión…!».
Mi segundo encuentro con Milagros se produjo cuando un grupo de académicos y ciudadanos tomamos la decisión de integrarnos a la campaña de Luis Abinader, y él y ella decidieron que participáramos en el proyecto Unidos por el Cambio. En este espacio, he tenido la gran oportunidad de tratar y conocer a esta extraordinaria mujer.
No pretendo realizar la biografía de la Dra. Milagros Ortiz Bosch; su trabajo político al lado del profesor Juan Bosch y de José Francisco Peña Gómez; su lucha por la libertad y la democracia del país es una tarea pendiente que puede asumir cualquier ciudadano, de tantos que la admiramos. Mi propósito es dejar plasmada una experiencia, entre la cercanía y la distancia, de esta gran dominicana con quien he tenido el inmenso privilegio de trabajar en tareas políticas y propósitos humanos comunes.
Me ha tocado recorrer parte del territorio nacional con doña Milagros, junto a un grupo de buenos dominicanos comprometidos con su país y su gente; he aprendido muchas cosas de esta inmensa mujer. Tiene una gran inteligencia fuera de lo común y las respuestas a las situaciones siempre las tiene a flor de labios, como si ella estuviera esperando que dichos eventos se presenten. La alegría no la abandona nunca; no se considera superior a nadie, sino una ciudadana que no necesita reconocimiento por su conducta en las cosas que ha hecho en su vida. Por ésto suele decir: «Yo sólo he cumplido como ciudadana”. La gente de la calle, aunque nunca la haya visto, la considera cercana como una hermana, una compañera o una vecina más. Los jóvenes son los primeros en posar para tomarse una foto con ella. En una ocasión, pasamos por la calle contigua al mercado de la ciudad de Azua y las mujeres salían a saludarla y le decían: «Hola, Milagro, ¿y cómo tú etá?» Ninguna persona tiene más reconocimiento que ella. Camina por pueblos y barrios sin temor, y la gente la recibe como un ángel transparente con los pies sobre la tierra.
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Sobre el autor: Nacido en El Cachón, Barahona. Graduado de Licenciado en Educación con mención en Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD. Se desempeñó como técnico de varios departamentos del Ministerio de Educación. Director de Organización de la Oficina de Desarrollo de la Comunidad (ODC). Director de la Dirección de Bienestar Estudiantil; Tesorero General y dos veces Vicerrector de Extensión. Actualmente docente en las cátedras de Teorías y Crítica de la Literatura y Letras Básicas. Ha publicado más de diez libro de poesía.
Fuente Acento