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Por Eddy Olivares Ortega

Cuando aquel aciago 4 de julio de 1982, don Silvestre Antonio Guzmán Fernández decidió partir hacia la eternidad, ya había cumplido, cabalmente, el sagrado compromiso que asumió el 16 de agosto de 1978, al jurar como presidente de la República.

La misión esencial de Don Antonio era la más noble de las responsabilidades de un candidato ante las urnas: darle la libertad al pueblo.

Para hacer realidad este anhelo, el presidente Guzmán detuvo para siempre el caudal de sangre libertaria que corría por las calles y los caminos de la nación, rompió los candados de las cárceles y liberó a los que estaban presos por sus ideales, abrió la puerta del país de par en par para que retornaran los exiliados políticos y devolvió los guardias a los cuarteles para que nunca más volvieran a mancillar la democracia.

Además, el presidente Guzmán, protegió celosamente las propiedades estatales, le entregó la tierra a los campesinos, recuperó los bienes del Estado que estaban en poder de algunas multinacionales y nacionalizó la principal mina de oro del país.

Nadie era más idóneo que don Antonio Guzmán para ganar las elecciones del 1978 y sobrevivir a un eventual golpe de Estado. Era un hombre maduro, confiable para los grupos fácticos, prudente, firme y valiente. Su escogencia como candidato fue, sin lugar a dudas, una decisión sabia del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que encabezaba el doctor José Francisco Peña Gómez.

La consigna estudiantil de entonces: “Balaguer es sangre, miseria y represión, el pueblo lo dice y tiene la razón”, es un fiel retrato del delicado momento por el que atravesaba el pueblo dominicano.

Se trató de unas elecciones en las cuales las banderas de campaña del Partido Reformista ondeaban en los fusiles de los miembros de las Fuerzas Armadas. Por lo tanto, no eran unos comicios libres.

El terror era el más efectivo instrumento de campaña  del doctor Joaquín Balaguer. Le había dado resultado en las elecciones del 1966, en las que el candidato del PRD, el profesor Juan Bosch, no hizo campaña para no poner en riesgo extremo su vida y las de sus acompañantes, así como en las de 1970 y 1974, en las que el partido blanco tuvo que retirarse por la misma razón, hasta que en las elecciones de 1978, don Antonio Guzmán decidió desafiar el peligro y recorrer todo el país, muchas veces bajo las balas, para derrotar la dictadura ilustrada de Balaguer, quien buscaba su cuarta reelección consecutiva.

Maniobras tales como: 1) la solicitud por parte de Luis Homero Lajara Burgos de la nulidad del acta de nacimiento del líder del PRD, José Francisco Peña Gómez, y la impugnación de su inscripción en el Registro Electoral; 2) el dislocamiento del padrón electoral; 3) el intento de golpe de Estado; 4) el “gacetazo” del doctor Vincho Castillo, y, 5) el “fallo histórico”, que despojó al PRD de cuatro senadurías, para que Balaguer pudiera controlar el Senado y la justicia, a fin de garantizar su impunidad y la de sus funcionarios, fueron solo algunos de los grandes desafíos que tuvo que vencer don Antonio Guzmán para ganar las elecciones y gobernar el país.

Así se inició la tercera ola democrática de América Latina y la transición hacia la democracia.

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Sobre el autor.

Licenciado en Derecho y Postgrado en Derecho Penal, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Magíster en Derecho Constitucional y Derechos Fundamentales, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) y Maestría en Derecho Constitucional y Derechos Fundamentales, Universidad de Castilla La Mancha (UCLM), España. Desde el año 2006 Miembro Fue miembro titular de la Junta Central Electoral (JCE) hasta el 2016.

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