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El dirigente debe ser identificado por sus cualidades de responsabilidad, entrega al trabajo, capacidad de dirección, formación, y sobre todo, porque haya demostrado su capacidad de interpretar el sentir de las mayorías.  Todo el que  aspire, debe tener muy claro que la posición de dirigente conlleva como contrapartida un gran compromiso con el cumplimiento, el sacrificio, la entrega total, la solidaridad, la transparencia, la disciplina, el respeto por los demás, en fin, una serie de valores y de principios que distinguen al verdadero dirigente.

Por Luis Yépez Suncar
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El dirigente es la persona que tiene la responsabilidad de encauzar adecuadamente el entusiasmo, las energías, el trabajo de un determinado conglomerado social, pequeño o grande, con la finalidad de alcanzar objetivos positivos para el colectivo. Siendo esto así, podemos afirmar que existen diferentes tipos de dirigentes: el Dirigente Social; el Dirigente Comunitario; el Dirigente Barrial o de las Juntas de Vecinos; el Dirigente Sindical; el Dirigente Gremial; el Dirigente Político. Dependiendo de la finalidad de los intereses que se desean proteger, en esa misma medida tendremos el tipo de dirigente. Por consiguiente, podemos decir que habrá tantos tipos de dirigentes, como necesidades existan o surjan en la sociedad.

Para tratar de satisfacer esos requerimientos, que deben ser generales o de orden colectivo, es indispensable que los entes sociales se organicen o aglutinen con el propósito de proteger y mejorar los aspectos comunes que emergen generalmente como necesidades. De aquí surge entonces la importancia de la existencia de un dirigente en torno al cual deben moverse todos aquellos que pretenden obtener un fin común.

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Claro está que ese dirigente debe ser identificado por sus cualidades de responsabilidad, entrega al trabajo, capacidad de dirección, formación, y sobre todo, porque haya demostrado su capacidad de interpretar el sentir de las mayorías. Todos o la mayoría aspiramos a ser dirigentes y a escalar posiciones de dirección. Esto es legítimo, pero todo el que así aspire, debe tener muy claro que la posición de dirigente conlleva como contrapartida un gran compromiso con el cumplimiento, el sacrificio, la entrega total, la solidaridad, la transparencia, la disciplina, el respeto por los demás, en fin, una serie de valores y de principios que distinguen al verdadero dirigente.

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El que desea ocupar una posición dirigencial debe tener por motivación esos valores y principios, no una motivación económica, esto es, un pago, porque entonces se desvirtúa su condición de dirigente, para convertirse en una persona que ocupando una posición de dirección, sólo la ejerce para satisfacer sus intereses personales y particulares, y no los intereses generales de las personas a quienes representa.

Quienes se comportan de esta manera, y únicamente tienen como norte el “toma y daca”, el “dame lo mío”, “si no me dan no trabajo”, jamás deberían aspirar a una posición de dirección, pues, tan solo consiguen dañar o perjudicar a las mayorías, dificultando la obtención de metas comunes para el bienestar de todos. Este tipo de persona desestimula el trabajo, se maneja con intrigas, viven hablando o criticando el trabajo que hacen los demás, en fin, le hacen un daño enorme a la organización a la que pertenecen y pretender dirigir.

Este tipo de conducta se presenta más frecuentemente en algunos dirigentes o seudodirigentes políticos, quienes se han habituado a un accionar clientelista que por lo regular desemboca en una falta de consistencia, coherencia, vocación de servicio, ausencia de identificación con la entidad de la que forma parte o carencia total de lealtad. En este sentido cabe recordar al Papa Juan Pablo II, quien al concluir un evento de dos días para líderes políticos mundiales, en el marco del año santo, celebrado en el Vaticano a principios de noviembre del año 2000, dijo que nada justifica “un pragmatismo que… reduce la política a nada más que mediación de intereses, o aún peor, demagogia o intereses electorales”. (Listín Diario, lunes 6 de noviembre del 2000, pág. 20 – A).

Más recientemente la carta pastoral de nuestra Santa Iglesia Católica, emitida el 21 de enero pasado, inspirada en el relato de las Bodas de Caná de Galilea, asumiendo las conclusiones de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, que se llevó a efecto en Brasil, resaltó la “persistencia de males como la corrupción, el clientelismo político, el populismo, ya ancestrales”, así como “ …una enorme ambigüedad y confusionismo que genera crisis de valores, debilitamiento de las instituciones y deterioro de la identidad social”.

Por todo lo anteriormente externado debemos tratar siempre de escoger a las personas que reúnan las condiciones de un auténtico dirigente, con la finalidad de colocarlos al frente y así materializar las metas de bienestar común a las que todos aspiramos.

Fuente Listín Diario

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