Opinión Por Segundo Imbert Brugal

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En una ocasión, un amigo peledeista me aseguró de que con ellos no hay contrarios políticos, sino enemigos a destruir. Si la imparcialidad de Miriam German la ha colocado como enemiga de los poderosos, no la dejarán tranquila.
Así las cosas, concluyo pensando en tres explicaciones: la de los malvados geniales; la del descerebrado delirante; la de un grupo inteligente que comienza a dar palos a ciegas ante una visión desesperada del porvenir.

No creo que el desbarre irracional a que fue sometida la Magistrada Miriam German Brito fuese la estúpida venganza de un ignorante resentido. Me resisto a creerlo. Pienso que detrás de ese aparente disparate debe esconderse una lógica.  Siempre tengo presente la capacidad estratégica del presidente Medina y sus asesores. Recordemos: ellos organizaron la reelección, y pudieron convertir en papeles intrascendentes y selectivos el expediente de Odebrecht.

Considerar al Procurador un desorejado, desconocedor de leyes, procedimientos, y protocolo, es erróneo. Un hombre joven que viene cosechando éxitos académicos, políticos y económico no puede ser un idiota. Además, su subordinación al presidente le impide actuar por su cuenta. Bien asesorado, ha podido, con la habilidad de un prestidigitador, excluir a tres presidentes del escándalo de corrupción más sonado en Latinoamérica. Tarea nada fácil, si el truco se hizo frente al mundo y los ojos norteamericanos.  El hombre y sus jefes se las traen.  Hasta el momento han conseguido lo que han querido.

A su disposición, han tenido siempre los sistemas de seguridad del Estado, agencias privadas de espionaje, chismosos, y capacidad de intervención telefónica. Por eso, resulta cuesta arriba creerse que no supieran de antemano que sus acusaciones eran falsas y manipuladas. Pero, aun así, el brazo legal del palacio se las espetó calmadamente a la Magistrada German Brito frente al Consejo de la Magistratura.  Da trabajo imaginar que ignorasen el prestigio de la Magistrada y el respaldo masivo que tendría.

Resulta harto sospechoso el silencio cómplice de dos autoridades mientras tuvo lugar la agresión:  el presidente de la república y el presidente de la Suprema Corte de Justicia. Esas bocas cerradas parecían saborear una encerrona concertada. Asistieron al intento de asesinato moral sin inmutarse; como si fuera presenciando una ejecución encargada “por órdenes superiores”.

Siguiendo el patrón de conducta del gobierno, aquello pareció otra de esas puestas en escenas a las que nos tienen acostumbrados, y cuya verdadera finalidad no dilucido todavía.  Es difícil concebir un desaguisado tan burdo como simple venganza personal. Tiene que obedecer a un esquema inteligente, cuyo propósito se encuentra oculto en las mangas del poder.

En una ocasión, un amigo peledeista me aseguró de que con ellos no hay contrarios políticos, sino enemigos a destruir. Si la imparcialidad de Miriam German la ha colocado como enemiga de los poderosos, no la dejarán tranquila. Lo que hoy parece un desacierto ante la opinión pública quizás tenga sentido para quienes planificaron el ataque. Esa gente rara vez lo hace fuera del cajón, y si lo hacen saben a quién quieren embarrar. Ahora bien, lo admito, puede que este equivocado, además, nada es descartable cuando se trata de resolver el acertijo de las acciones humanas.

Buscando explicar ese terrorismo acusatorio, cabe la posibilidad, hasta ahora bien disimulada, de un acto provocado por la desesperación. Sería la  irracionalidad de quien está a punto de ahogarse y se agarra del que nada a su lado, pero terminan hundiéndose los dos.

Esa teoría pudiera concebirse si el presidente y sus compinches estuvieran ya convencidos de que no podrían reelegirse; de que el PLD tampoco vencería una concertación de fuerzas opositoras. Entonces, lo que parece una estupidez, pudiera ser un acto chabacano de desesperación ante la visión de una persecución legal en el futuro. Una antesala del “sálvese quien pueda”. No lo sé…

Así las cosas, concluyo pensando en tres explicaciones: la de los malvados geniales; la del descerebrado delirante; la de un grupo inteligente que comienza a dar palos a ciegas ante una visión desesperada del porvenir.

Acojo la primera posibilidad, y espero el próximo acto de ese teatro hasta ahora incomprensible para el público (De paso, pienso que tanto en la primera como en la segunda opción tendrán que sacrificar al procurador,  intentando lavarle las manos al presidente. En la tercera, no les quedará más remedio que mantenerse unidos y seguir planificando la escapada). 

Fuente Acento