Podemos pensar que eran tiempos muy crueles cuando las leyes permitían que una persona fuera dueña de otra. Los esclavos eran propiedad de sus amos, como un carro o una vaca.
Pero la realidad de hoy es aun más cruel.
El amo tenía que suministrarle a su esclavo alimentación, vivienda, vestimenta y salud. Hoy, la responsabilidad del amo moderno es pagar, lo demás tiene que resolverlo el esclavo moderno.
Claro, con salarios de 7, 8, o 9 mil pesos es poco lo que se puede resolver en un país donde la canasta básica ronda los 30 mil pesos. Con menos de la tercera parte de lo que necesita para vivir con dignidad, está peor que un esclavo… Al menos a aquel le suministraban lo básico.
¡Libertad! Esa es la diferencia, podríamos decir. Pero qué libertad tiene una persona que si no trabaja no come. Que no veamos las cadenas no quiere decir que no están ahí. El esclavo trabajaba por miedo al látigo; hoy trabaja por miedo al hambre, a quedarse sin casa, a no tener dinero para cuando se enferme.
Si el esclavo se moría o enfermaba, el amo perdía su “inversión”; si el trabajador se muere, contratan otro y punto. Cuando el esclavo envejecía, el amo se encargaba de él; pero cuando el trabajador envejece lo sacan del trabajo, y en el mejor de los casos recibe una pensión miserable.
Los amos de hoy se hacen más ricos y con menos complicaciones que los amos de ayer. La esclavitud no ha desaparecido, sencillamente ha transformado su apariencia, y ha perfeccionado su sistema de explotación.
Pero si cruel parece la esclavitud moderna, solo hay que ver las reformas al Código Laboral que quieren imponer los empresarios, para comprender la falta de escrúpulos de aquellos a quienes el sudor del pueblo les ha forrado de lujos y privilegios.
Fuente El Dia