La mitología tiene una gama de héroes y personajes pintorescos que, por sus atributos y cercanía con los dioses, jugaron papeles especiales en la construcción de un mundo mágico, cortando de raíz los males que azotan los humanos, llevando paz, prosperidad y esperanzas a los afligidos. Los hubo desde Hércules, hasta Perseo. Y todos, tenían la sagrada encomienda de salvar un pueblo en desgracia.
De igual forma, se han creado miles de leyendas en torno a uno u otro prohombre, del que se dicen verdades a medias o incompletas. El mito se hizo eco de grandes hazañas. De tiempo en tiempo, iban apareciendo superhombres capaces de enfrentar al propio satanás en procura de proteger al desvalido. Desde aquí, hasta México, se escucha hablar de Pancho Villa, Emiliano Zapata, Desiderio Arias o Enrique Blanco, quienes, junto a la imaginación del común, juegan un papel preponderante en nuestra historia folclórica.
En la política doméstica actual, la realidad no escapa al relato que se construye en referencia de grandes hombres, que poseen ese enigma indescifrable que los hace ser amados en una forma inexplicable, y temidos, sorprendentemente. Protagonistas de importantes sucesos y portadores de mensajes positivos que nos hacen pensar que todavía hoy, es posible poner las esperanzas de todos, en manos ungidas por el propio destino.
Una especie en extinción, pero dotado de cualidades excepcionales es Hipólito Mejía. El producto real de la grandeza humana en tiempos infructuosos y confusos. Carismático más que cualquier otro, cercano, humilde, afable y sincero como todo hombre de pueblo. Fuerte, decidido, comprometido y de firmes convicciones, como Aquiles o Leónidas. La fibra de realidades inmutables forjaron en él un carácter digno emular.
Ese líder paradigmático, posee un pragmatismo místico con el que ha calado los más profundo sentimientos del dominicano auténtico. Lo validan sus actos más que su discurso y lo afianza esa confianza que impregna con su mirada.
De profundas raíces morales, de ahí la noble condición de apostar al presente para mejorar el futuro. Gallardo y responsable de sus hechos. Tal vez, el único de su especie que acepta haberse equivocado. Hipólito es de esos hombres los que le importa más conocer al prójimo que ganar adeptos en elecciones.
Los tiempos se han hecho cargo de reconstruir eventos inmemoriales en los que se vio la templanza de ese hombre. Y este momento crítico, necesita la contextura recia y la moral incorruptible del único que ha sido capaz de mostrar la grandeza que se cuece dentro de un ser humano, que prefirió el sacrificio personal a la ruina colectiva.
Los hechos están ahí. Incluso antes de lo que muchos imaginan, ya venía despojándose de lo ganado para preservar la unidad del partido en que militó. Es justo reconocer que Hipólito con un desprendimiento envidiadle, entregó dos veces la candidatura vicepresidencial a Peña Gómez, teniendo plena conciencia de la realidad fatal que auguraba al líder.
Luego la desgraciada quiebra bancaria. Ahí puso de relieve la sensibilidad social, adornando esa integridad humana que ni los más fieros desafectos, han podido negar en él. La pureza de espíritu con qué Hipólito se despojó de su popularidad para salvaguardar los intereses de la gente, solo es posible cuando un alma echa a un lado sus ambiciones y pone delante el bienestar ajeno.
De él, se podrá decir, como se han dicho, muchas cosas. Pero es impensable negarse a reconocer la bondad de hombre que sacrifica, a sus casi ochenta años, esa paz que todo hombre realizado busca. Lo hace porque tiene bien claro la responsabilidad que lleva en sus hombros. Y tiene, aunque a muchos les duela, esa fibra mágica de los héroes de carne y hueso, de un héroe real.
Fuente Externa