La crisis energética mundial pone de manifiesto la necesidad de aumentar de forma masiva la inversión en energía limpia
La crisis energética mundial ha originado un intenso debate en torno a la viabilidad de nuevos proyectos energéticos en todo el mundo.
Muchas veces, las conversaciones sobre energía e inversión no tienen en cuenta el plazo de adaptación entre las decisiones de inversión y el lanzamiento efectivo de un proyecto. Años atrás, la Agencia Internacional de Energía (AIE) advirtió que la inversión mundial en energía limpia y eficiencia energética no era suficiente para llegar a alcanzar nuestros objetivos climáticos. Sin un aumento del gasto en energía limpia, los montos invertidos en proyectos energéticos convencionales también podían quedarse cortos y no cubrir un posible incremento de la demanda.
Aunque la causa de la actual crisis energética fue activada por la invasión rusa de Ucrania, a medida que se vaya saliendo de la crisis no podemos descuidar los desequilibrios de inversión subyacentes, o corremos el riesgo de que, a futuro, aumente la volatilidad. ¿Son los actuales precios astronómicos de los combustibles fósiles señal de que hay que invertir en un suministro adicional o razón de más para invertir en alternativas?
La guerra empaña las decisiones de inversión en energía. La invasión rusa ha desbaratado los planes de inversión de todos los sectores energéticos y ha agravado las tensiones ya visibles en los mercados de materias primas mundiales. Los países importadores de energía se apresuran a subsanar el desabastecimiento de combustible, mientras los costos descontrolados han hecho estragos en muchas economías, sumiendo de nuevo en la pobreza y la inseguridad energética a millones de personas.
Es evidente que los países deben encontrar sustitutos inmediatos a las importaciones de combustible interrumpidas de golpe. De lo contrario, las fábricas tendrán que cerrar, se perderá empleo y la gente tendrá dificultades para calentar o refrigerar sus hogares. No obstante, la crisis energética de hoy —la primera de auténtico carácter mundial— ha dado pie a la idea engañosa de que no es momento de invertir en energía limpia.
Nada más lejos de la realidad. No tenemos que escoger entre dar respuesta a la crisis energética de hoy y abordar la crisis climática. No solo podemos, sino que debemos hacer las dos cosas, porque están intrínsecamente relacionadas. Una inversión masiva en energía limpia —eficiencia energética, energías renovables, electrificación y una variedad de combustibles limpios— es la mejor garantía de seguridad energética para el futuro, y reducirá las perjudiciales emisiones de gases de efecto invernadero.
Una fractura preocupante
Las emisiones mundiales de CO2 relacionadas con la energía se dispararon hasta niveles récord en 2021, mientras que la inversión en tecnologías de energía limpia se mantiene muy por debajo de lo necesario para reducir las emisiones netas a cero a mediados de siglo o poco después. Los USD 1,4 billones que se espera que se gasten en transición energética en 2022 en todo el mundo deberían superar los USD 4 billones hasta 2030 para poder llegar a limitar el calentamiento global a 1,5 °C, garantizando a la vez un suministro energético suficiente.
A la vez, la caída de la inversión en los últimos años ha hecho que algunos productores de petróleo y gas no hayan podido ampliar la producción para satisfacer la demanda actual, ni con el incentivo de precios récord. Corremos el peligro de enfrentarnos a lo peor de ambos mundos: haber sido incapaces de cubrir las actuales necesidades de energía y quedarnos tristemente cortos de lo que se requiere para cumplir los objetivos climáticos internacionales.
No tenemos que escoger entre dar respuesta a la crisis energética de hoy y abordar la crisis climática. No solo podemos, sino que debemos hacer las dos cosas.
El informe World Energy Investment 2022, publicado a principios de este año, presenta tendencias alentadoras, pero también sobrados argumentos para estar preocupados.
La buena noticia es que la inversión en la transición a energía limpia empieza por fin a repuntar. Durante los cinco años posteriores al Acuerdo de París de 2015, esta solo creció un 2% anual. No obstante, desde el año 2020, la tasa de crecimiento ha aumentado hasta un 12% anual, impulsada por el gasto en energía solar y eólica; en 2021 se batió el récord de energía eólica marina.
Se observa un gran dinamismo en otros ámbitos novedosos, como el hidrógeno de bajas emisiones; las nuevas tecnologías de baterías, y la captura, utilización y almacenamiento de carbono (CCUS, por su sigla en inglés), aunque este extraordinario crecimiento provenga de una base pequeña. Por ejemplo, en 2021 se anunciaron los planes de unos 130 proyectos de captura de carbono de carácter comercial en 20 países, y se aprobaron definitivamente seis proyectos de inversión en CCUS. Mientras, la guerra de Rusia contra Ucrania ha reforzado el apoyo de las políticas al hidrógeno de bajas emisiones, sobre todo en Europa. Además, la inversión en almacenamiento energético en baterías marca nuevos máximos y se espera que se duplique en 2022.
Sin embargo, esta inversión se concentra en las economías avanzadas y China, con lo que muchas economías de mercados emergentes y en desarrollo, sobre todo de África, no pueden atraer las inversiones y el financiamiento para energía limpia que necesitan, lo cual amplía una brecha ya de por sí preocupante. Excepto en China, el gasto en energía limpia de las economías de mercados emergentes y en desarrollo está estancado en los niveles de 2015, lo cual significa que no ha aumentado desde la firma del Acuerdo de París. La caída de los costos de la tecnología limpia implica que el dinero alcanza para más, pero el monto total —unos USD 150.000 millones anuales— es muy inferior al que se necesita para satisfacer de forma sostenible la creciente demanda de energía de las economías en desarrollo.
En estas economías, el financiamiento público para proyectos de energía sostenible ya era escaso, y todavía lo es más desde la pandemia de COVID‑19. En muchos casos, los marcos de política son deficientes, las perspectivas económicas inciertas y los costos de financiamiento cada vez mayores. Cuando estalló la pandemia, el número de africanos sin acceso a electricidad aumentó, echando por tierra años de progreso en ese frente esencial.
El capital no escasea
Aquí es donde las organizaciones financieras y las instituciones de desarrollo internacionales deben intervenir. En colaboración con los gobiernos locales, pueden diseñar políticas para mejorar el clima de inversión; además, su financiamiento puede ayudar a reducir el riesgo asociado a la participación del sector privado.
No hay escasez de capital a escala mundial. El volumen de financiamiento sostenible disponible en todo el mundo ha crecido considerablemente en los últimos años, lo cual ha dado alas en particular a los proyectos de energía solar y eólica. De todos modos, las economías de mercados emergentes y en desarrollo deben recibir mucho más. Por ejemplo, en 2021 la emisión de deuda sostenible alcanzó un récord de USD 1,6 billones, pero más del 80% fue en economías avanzadas.
Las finanzas sostenibles y el mundo más amplio de las inversiones ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) se beneficiarían en gran medida de unas normas, definiciones y obligaciones de presentación de información más claras; en este sentido, se ha avanzado. En la Unión Europea, por ejemplo, los participantes en el mercado financiero deben cumplir nuevos requisitos de gestión de riesgos y notificación en relación con los riesgos climáticos y las prácticas de sostenibilidad. Con directrices más claras y oportunidades para financiar planes de transición viables para sectores con altas emisiones de carbono, se aseguraría que los requisitos ASG no eviten el financiamiento de sectores energéticos esenciales pero responsables de emisiones. Por último, todo el ecosistema ASG debe aumentar su interacción con economías de mercados emergentes y en desarrollo, así como tener en cuenta las necesidades y circunstancias de estas. La participación de instituciones como el FMI será esencial.
En la emblemática hoja de ruta hacia cero emisiones netas para 2050 de la AIE, argumentamos que un incremento masivo de la inversión en tecnologías de energía limpia y en eficiencia energética permitiría reducir la demanda mundial de combustibles fósiles hasta tal punto que no haría falta invertir en nuevos yacimientos de gas y petróleo. A la vez, en este sentido, sigue siendo esencial mantener el gasto en activos existentes, incluidas las inversiones para reducir las emisiones upstream. Además, la guerra de Rusia contra Ucrania ha provocado importantes perturbaciones en el sistema energético mundial. Por supuesto, el déficit inmediato de producción de combustibles fósiles en Rusia debe cubrirse con la producción en otros lugares, incluso en un mundo que trabaja por conseguir cero emisiones netas para 2050.
Sopesar estas demandas supone invertir con responsabilidad, y la AIE brinda ayuda a autoridades de todo el mundo con datos, análisis y asesoramiento sobre políticas. La clave está en evitar gastos en infraestructura que o bien comporten una gran cantidad de emisiones durante muchos años o bien se conviertan rápidamente en activos obsoletos. Una buena opción es ampliar la producción en yacimientos existentes y hacer un mejor uso del gas natural que actualmente se quema o se ventea. Es posible que se necesite infraestructura nueva, sobre todo terminales de importación de gas natural licuado en Europa, para diversificar el suministro fuera de Rusia. Sin embargo, con un buen esfuerzo de inversión y planificación, estas terminales podrían facilitar la importación futura de hidrógeno o amoníaco de bajas emisiones. En los países que la contemplan, la energía nuclear también será decisiva, sobre todo los nuevos y pequeños reactores modulares actualmente en fase de desarrollo.
Un giro histórico
La situación actual representa una gran oportunidad para que el sector del gas y el petróleo demuestre su compromiso con la transición a energías limpias. La subida de precios proporcionará a los productores de gas y petróleo beneficios extraordinarios por USD 2 billones este año, situando sus ingresos totales en un nivel récord: USD 4 billones en 2022. Aun así, este sector sigue invirtiendo poco en la transición energética: en promedio, el gasto en energía limpia representa cerca de 5% del total de gastos de capital de las empresas de gas y petróleo, un porcentaje superior a 1% de 2019, pero todavía insuficiente. Las ganancias extraordinarias de hoy son una oportunidad única para que los países productores de gas y petróleo diversifiquen sus economías y se preparen para una caída de la demanda de combustibles fósiles, así como para que las principales empresas petroleras y de gas asuman funciones de liderazgo en algunas de las fuentes de energía limpia que regirán el mundo en las próximas décadas.
No olvidemos que la seguridad energética no consiste solo en aumentar el suministro de energía y combustible, sino también en el uso eficiente de la energía, sobre todo gracias al sinfín de tecnologías que pueden emplearse. El documento “Un plan con 10 medidas para reducir la dependencia de la Unión Europea del gas natural ruso”, publicado por la AIE en marzo —una semana después de la invasión rusa— presenta una serie de pasos para sustituir el gas ruso, pero insta también a dar un gran impulso a la rehabilitación del parque inmobiliario, para reducir la demanda. El uso de mejores materiales y aislamientos, nuevas tecnologías y aparatos más eficientes permite reducir enormemente la energía necesaria para calentar, refrigerar e iluminar nuestros hogares y lugares de trabajo. Las redes eléctricas inteligentes logran gestionar mejor la demanda de electricidad y reducirla. Con medidas rápidas y sencillas por parte de los consumidores, como ajustar el termostato para evitar el sobrecalentamiento o sobreenfriamiento, puede lograrse un enorme ahorro colectivo.
La actual crisis energética mundial presenta enormes retos, sobre todo para los próximos inviernos. Pero después del invierno viene la primavera, y con la inversión adecuada, esta crisis puede suponer un giro histórico hacia un futuro energético más limpio y seguro. Ya se están dando los primeros pasos en esta dirección: por ejemplo, la Ley de reducción de la inflación de Estados Unidos, el paquete REPowerEU de la Unión Europea, el plan de transformación verde de Japón y el crecimiento de las energías renovables en China e India, entre otros. Ante una nueva economía energética mundial, los gobiernos y empresas que inviertan de forma temprana e inteligente van a poder recoger los frutos.
FATIH BIROL es Director Ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía.