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OPINIÓN

Por: Claudia Torres Arango *

Para acercarse al concepto de qué es la virtud cívica, se debe empezar por definir qué son la virtud, los valores, el civismo y la civilidad, un tema tan necesario para la sociedad actual y para nuestro país.

La virtud es el hábito del bien obrar; es la disposición del alma para obrar conforme a la ley moral. Para llegar a la virtud, debe existir el valor como hábito. Por lo tanto, las virtudes son un tipo de cualidades estables. La virtud es la encarnación operativa del valor, pues no es un ideal deseable que la persona puede hacer realidad a través de acciones aisladas o esporádicas de la conducta.

Los valores son atributos o ideales positivos que se le atribuyen a una persona o a un bien. Son asignados por el sujeto de acuerdo con su propio criterio e interpretación, producto de un aprendizaje, de su experiencia, o de la existencia de un ideal.

Los valores avanzan en una escala gradual, que va de lo superficial a lo profundo: en la superficie se hallan la urbanidad y la cortesía. En el siguiente plano se encuentra el orden. En el nivel más profundo está la civilidad: la capacidad de crear con la cortesía, el respeto y el orden un clima propicio para la convivencia.

El civismo es el conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos que hacen de los individuos y grupos humanos, sujetos aptos para la vida en comunidad, su origen parte de la Revolución Francesa conforme se secularizó la vida comunitaria, por lo tanto su naturaleza compleja no permite reducir el civismo a una virtud determinada.

Ahora veamos la civilidad: es el valor supremo de la cultura urbana. Se trata de un valor complejo que implica civismo, sociabilidad, urbanidad, cortesía, educación, pero también patriotismo y respeto por el interés común, y apego a la cultura ciudadana. Implica la existencia de reglas y normas que apuntan hacia lo que debe hacerse y no debe hacerse, preceptos de sentido común y que están afectados por las costumbres y la cultura local, pero también por la regla básica de tratar a otros como uno quisiera ser tratado.

Los valores ciudadanos nos dan la civilidad como ese valor supremo que hemos señalado, implica el cumplimiento de los deberes de ciudadano.

Para Aristóteles las virtudes son de dos tipos: las intelectuales, se adquieren por el nacimiento y se desarrollan por medio del aprendizaje. Requieren de la experiencia y del tiempo. Las morales, son el resultado del hábito. Para el filósofo ni la virtud moral ni la intelectual se desarrollan en la persona por naturaleza: se reciben y se perfeccionan a lo largo de la vida.

Si se quiere ser bueno se debe ejercer la virtud, a través de un acto razonado,  voluntario y libre. Para alcanzar la virtud se debe buscar el equilibrio entre las acciones y las pasiones, las que están acompañadas  por el placer y el dolor. Como lo expresa Aristóteles en su Ética Nicomaquea, “todo estado del alma tiene una naturaleza relativa y tiene que ver con la clase de cosas con las cuales se pretende hacerse mejor o peor”. Por el contrario el vicio obliga al hombre a hacer lo que es bajo y contrario a su naturaleza.

El papel de la verdadera educación es la que permite discernir entre lo que se debe escoger o evitar, para alcanzar la bondad y la justicia.


Claudia Torres Arango *

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