Opinión
Por Orlando Jorge Mera

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El poder es como una sombra que pasa. Así me decía mi papá, Salvador Jorge Blanco, antes de asumir la presidencia de la República en 1982, para que tanto mi hermana Dilia como yo, entendiéramos que los años que se pasan en el poder político no son para siempre, sino que es un estado temporal en el que las personas que son electas para ocupar una posición electiva pública, deben prepararse para regresar posteriormente a su vida normal después de agotado el periodo por el cual fueron electos.

Este consejo lo llevo siempre en todas mis actuaciones.

Nada es permanente. Todo lo que sube, baja.
Quizás uno de los momentos más difíciles que he vivido fue cuando mi padre fue víctima de una atroz persecución política a fines de la década de los ochenta y comienzo de los noventa.

Las navidades de 1988 fueron muy tristes en mi familia. Ver a mi padre preso injustamente, y a mi madre visitarlo todos los días, junto a mi hermana y yo, me partía el alma. Mi casa totalmente vacía.

Sin embargo, nunca vi una expresión de mi padre, descompuesta ni fuera de tono hacia quienes habían orquestado toda esa campaña de maledicencia. “Con rencor ni odio, no se llega a ninguna parte, lo importante es tener la conciencia tranquila”, me decía.

“Con rencor y odio no se llega a ninguna parte”

Por supuesto, en 2001, la Corte de Apelación del Distrito Nacional emitió sentencia descargando a mi padre, por no haber cometido los hechos que se le imputaban. Acogimos esta sentencia con humildad, a pesar de todo el daño sufrido.

Todos teníamos la conciencia limpia y tranquila. Recuerdo vivamente incluso, años después, gracias a la intervención de amigos queridos de mi familia, personas que habían sido actores claves de esos procesos judiciales con fines políticos, se nos acercaron y propiciaron la reconciliación con mi papá.

Aprendí mucho de estas lecciones de mi padre. Muchos en su momento no lo entendieron. Tenía ideas muy avanzadas para su época.

Como ser humano, abrir las puertas del Palacio Nacional para la gente, hacer audiencias populares, ser un presidente de carne y hueso con gestos como pararse en los semáforos y tomar coco de agua como un dominicano más, fueron parte del legado que dejó mi padre. Pero, por encima de todo, su sencillez y humildad.

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  A ocho años de tu partida, te recuerdo todos los días. 

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Orlando Jorge Mera