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Por Yvelisse Prats Ramírez De Pérez

Quienes me conocieron desde niña, cosa difícil, porque tengo 87 años, saben que soy una lectora voraz, desde pequeña.

Con cinco años, intentaba con bastante éxito deletrear los titulares de primera página de “La Opinión”, periódico que mi papá dirigía. Mientras crecía, devoré desde los clásicos cuentos de hadas, hasta novelas permitidas como “Mujercitas” de Louise Alcott, ya luego las “prohibidas” como Madame Bovary de Flaubert, tomada de la biblioteca de Mamá.

Enfermiza, hija y nieta única, protegida en esa especie torre de marfil que era mi hogar, los libros ocuparon el lugar de los hermanos que no tuve.

A los libros he seguido amando, casi físicamente: hojearlos me fascina, me encanta su olor, no conozco placer más intenso que acostarme, una noche lluviosa, con un volumen de poemas, de Neruda, Pedro Mir o Benedetti, mejor, dormirme arrullada por versos que suenan en mi interior como la mejor música del mundo.

Por ese amor inextricable a la lectura, lógico es que cuando empezara a ejercer el magisterio, enseñara Lengua Española y Literatura, y en la UASD, Didáctica de las Letras.

Esta larga introducción de mí en En Plural de hoy, que asemeja un capítulo autobiográfico tiene como objetivo explicar por qué me duele tanto, como una herida en el corazón, el escandaloso dato comprobado de que los niños y adolescentes dominicanos de 3er grado NO saben leer, en su más primario sentido de traducir signos gráficos en fónicos, y, lo que aún peor, tres años después, en el 6to grado, último del nivel primario no entienden lo que leen.

La conclusión de esas falencias es obvia. Las abuelas y mamás conscientes lo percibimos a diario en nuestros hogares cada vez que nuestros hijos y nietos rechazan leer, no solo los libros de texto, sino obras literarias.

Imaginar una República Dominicana poblada de analfabetos funcionales, que balbucean silabeando trabajosamente si los ponen a leer algún párrafo, y que cuando se les pide que expliquen lo que leyeron, describen lo contrario a lo que dice el texto, es una desgracia nacional, un cataclismo cultural sin comparaciones.

Los cerebros y los corazones de los jóvenes dominicanos, no vibrarán ante la belleza; quienes no leen por placer y con placer, se vuelven secos y ríspidos por dentro; pragmáticos hasta el tuétano, el ciudadano perfecto para poblar un país donde se desvalorizan las palabras y las emociones. Los datos de CERCE, TERCE, PISA, los resultados de las Pruebas Nacionales, y la experiencia diaria de quienes, con horror, comprobamos el retroceso de la lectura de nuestros estudiantes, más que todo los de las escuelas públicas, no permite una sola dilación más, “sacar el cuerpo”. Hay que poner manos a la obra sino este analfabetismo colectivo hará fracasar la Estrategia Nacional de Desarrollo, Ley 1-12 del país.

Con la preocupación de maestra y ciudadana encendida como una luz roja que reclama el “alto” y cambio de rumbo, demando un esfuerzo nacional para salvar la lectura.

La lectura, que según Cervantes es “puerta única por la que se entra a todas las ciencias”, tiene que dejar de ser materia pendiente en nuestro querido y sufrido país.

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