
Opinión Ignacio Nova IgnNova1@yahoo.com
…La presente vida feliz es también vida en sociedad cuando se busca el bien de los amigos por el bien mismo, como si fuera propio, querido para los amigos lo mismo que se quiere para sí.
SAN AGUSTÍN DE HIPONA. La ciudad de Dios (contra paganos). Libro XIX, capítulo III
Los territorios y jurisdicciones que la gestión del Presidente Trump y sus funcionarios más cercanos han tocado o desde las cuales están prefigurando sus postulados, resultan importantes para los interesados en comprender con precisión los procesos políticos en marcha que, despachados desde esa nación, afectan a esa y a otras sociedades.
Seducidos por el sentimiento de autoafirmación que saberse inteligentes infunde en pensadores, gobernantes y artistas, las pretendidas ciencias políticas y la Historia de la Filosofía y las artes han nutrido el discurso político, minimizando, en casos, el rol del pensamiento cristiano y escolástico en la recuperación de la noción de Estado de sociedad y de Justicia que generalmente se continúa atribuyendo como producto exclusivo del racionalismo, la modernidad y la sociología clásica.
Es cierto que se habla de una sociología arcaica. Y que incluso Hegel (Georg Wilhelm Friedrich Hegel; Alemania: n.1770 – †1831) periodizó la Historia en tres etapas: arcaica, el clásica y romántica. Los aportes de ese estadio histórico anterior al Renacimiento, cuna de la modernidad y de la ilustración, cuyo océano navegaremos en este artículo son, sin embargo, subvalorados muchas veces.
Como órgano social vivo, la Historia tiene momentos de tozudez. Acaecen para hacer que emerja la verdad desde los sepulcros y se proclame desde las azoteas.
Algo similar atestiguamos estos días, cuando el pasado 10 de febrero, 2025, el Papa Francisco despachó una carta a los obispos estadounidenses que, publicada por vatican.va recogieron algunos medios católicos para orientar a su grey ante la amplia cobertura y difusión otorgada a esa declaración del vicepresidente de los Estados Unidos (EE. UU.), señor J. D. Vance (James David Vance, Middletown, Ohio, 1984 – ), a FoxNews, el día 04 de febrero que, de hecho, era una convocatoria al diálogo en torno a un tema público mediante el cual Estados Unidos auscultaba las posiciones de los actores globales.
En esa ocasión, el vicepresidente Vance recurrió a un postulado católico para argumentar la política migratoria basada en “América primero” del presidente Donald Trump.
En su intervención y redes sociales justificó el actual “programa de deportaciones masivas” estadounidense afirmando que “la compasión pertenece primero” a la familia y a los ciudadanos. “Amas a tu familia, y luego a tu prójimo, y luego amas a tu comunidad, y luego amas a tus conciudadanos en tu propio país, y luego de eso puedes enfocarte y priorizar el resto del mundo”, dijo para argumentar que tal enfoque se anclaba al precepto católico “Ordo amoris”. Tal conversación, precedió la asistencia del vicepresidente D. Vance a al servicio religioso del viernes Santo en la basílica de San Pedro, en El Vaticano, anteayer viernes santo, 18 de abril 2025, según lemonde.fr publicó ayer sábado 19 de abril, a las 06:15 horas.
Ante la declaración de D. Vance del 04 de enero, el papa Francisco despachó una carta que interpretamos como instrucción a una veeduría sobre los derechos de los afectados por la precitada política, considerando, en el quinto párrafo, que “un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial los más pobres y marginados”. Lo cual para el Estado Vaticano, sin embargo, “no impide el desarrollo de una política que regule la migración ordenada y legal”, a continuación de lo cual el papa Francisco enfatizó la idea católica de persona humana: “¡…no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! …es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en autenticidad y vocación”.
Ante las críticas que sus afirmaciones generaron en los opositores y los cibernautas, el vicepresidente J. D. Vance reaccionó relacionando la precitada política migratoria con “un concepto de la vieja escuela”, considerando que se trataba de “un concepto muy cristiano, por cierto”, sugiriendo, quizás y sutilmente, que tal política estaba motivada en la vigencia de la idea católica de “Ordo amoris”, solicitando a sus críticos consultar dicho término en Google.
Del “Ordo Amoris” al “Ordo iustitiae”
Desde el ejercicio práctico de la doctrina democrática de la Separación, el papa Francisco consintió, en su carta, el derecho de los Estados a aplicar sus políticas migratorias; solicitó, sin embargo, mantener sobre esta el control ético derivado de un “Ordo amoris” que enfoca la dignidad humana y apela a una consciencia que ratificada por el ordenamiento jurídico: “Ordo iustitiae”.
Los términos a los que recurrieron estos dos actores en esta conversación permiten confirmar los aportes de los padres de la Iglesia a la constitución de estados habitados por personas virtuosas.
Es suficiente visitar el sitio augustinus.it para consultar la amplia batería de textos agustinianos que soportan los credos católicos, especialmente la noción referida por el vicepresidente J. D. Vance; también los demás anclajes que confieren carta de identidad ética y le permiten actuar de cómo contrapeso en las disputas y diálogos nacionales e internacionales. Un amasijo de ideas y doctrinarios constituidos hoy en legislaciones vigentes y vinculantes al gobierno de lo público en la inmensa mayoría de las naciones.
En su obra magna, “La Ciudad de Dios” (“De civitate Dei contra paganos”, 412-26), “Replicas” y otros textos, San Agustín de Hipona (Argelia: n. 354 – †430) abordó la naturaleza, la vida, el universo, la sociedad, el gobierno y el hombre: sus pensamientos, deberes, destino y emociones; en términos trascendentales, sensibles, sociales y místicos; entendiendo por misticismo su elaborado referencialismo a una existencia cuyos términos germinales y finales, espaciales o temporales, antípodas, poseen un fin común: la construcción de un individuo virtuoso cuyas emociones, pensamientos y actos eran coherentes con la summa verdad: Dios, su fuente y destino.
Entre los objetivos del escritor estuvo presentar la contraofensiva conceptual cristiana al debate con otras religiones, el ateísmo y la reacción romana que acusaba a los cristianos y al abandono de los dioses tradicionales romanos del saqueo de Roma por los visigodos (410).
Uno de los méritos mayores de la obra de San Agustín está haber recuperado y reasignado vigencia, en el nuevo periodo histórico que iniciaba (erradicación de la esclavitud romana y el surgimiento del feudalismo), a los preceptos cardinales del pensamiento griego que permitirían reconstruir la noción de Estado desde aquella disgregación territorial, política y cultural a que la desaparición del ente social, militar y territorial aglutinante que Roma había sido conduciría.
Vinculado al pensamiento grego-romano, en abundantes apartados, Augustinus trató sobre la virtud, abordándola en su “Combate entre los vicios y las virtudes” y en “La ciudad contra los paganos”. En esos textos le asignó función preeminente y de control sobre todas las emociones, actos, pensamientos y apetencias humanos, considerándola “la recta razón” que, mediante el discernimiento, posibilitaba a los individuos realizar y alcanzar su humanidad. Subsumiendo este precepto griego en el cristianismo, la definió “Ordo amoris”, quizás por lo cual el papa Francisco apela hoy a su base “sígnica” —también según el término de signo” de San Agustín— para solicitar de los estadounidenses un ejercicio de la política migratoria anclada a sus instituciones, sistema jurídico y a la dignidad humana. Definiendo la virtud, de Hipona escribió: “El amor que hace que se ame bien lo que debe amarse, debe ser amado también con orden, y así existirá en nosotros la virtud, que trae consigo el vivir bien. Por eso me parece que la definición más breve y acertada de virtud es esta: la virtud es el orden del amor”.
Como vemos en este diálogo, el actor ético global —la Iglesia— y la potencia económica, militar y tecnológica dominante se consienten sus roles respectivos.
Con relación a San Agustín, nada más alejado de su Teología que el llamado “bizantinismo” medieval y esa definición pobre y reduccionista de la Escolástica. El pensamiento de este Padre de la Iglesia partió de lo sensible y su conocimiento como pre requisito garantista de existencias reales cuyo destino era Dios: verdad, justicia, orden y virtud. En “Soliloquios” lo expresó así: “Tres cosas necesita el alma: que esté sana; que mire, que vea. Las otras tres, fe, esperanza y caridad, son indispensables para que logre las dos primeras condiciones. Para conocer a Dios en esta vida, igualmente las tres son necesarias; y en la otra vida sólo subsiste la caridad”.
Mirar y ver eran indispensables ante el paradigma de Pablo: según escribió, Dios se comprobaba mediante la naturaleza (Romanos: 1:20).
Lo humano, según Agustín, es esa condición inmanente al hombre, como espíritu o alma, cuya vocación es trascender: hacia Dios, un destino alcanzable sólo desde la virtud, el Santo Grial de la personalidad griega.
Afirmando que no toda vida era virtud sino sólo aquella “sabiamente llevada”, este pensador otorgó rol de control a la virtud sobre los seres humanos, sus acciones, interacciones, ejercicio de sus “potencias”, la sociedad y el gobierno. Aunque existe vida, razón, memoria “o cualquier otra facultad humana” sin embargo, la virtud no puede prescindir de estas pues “es fruto del aprendizaje”. La existencia de la virtud no requiere de habilidades o belleza físicas, que los considera “bienes” y, como tales, “estima por ella misma”. Recurriendo a los pensadores de la antigüedad, San Agustín advirtió que la virtud se sirve de ellos y los disfruta “según le es conveniente a ella”.
Finalmente, como “se encuentra en la voluntad de cada uno lo que ha de seguir y obrar”, “no hay cosa alguna, sino es la voluntad que pueda derrocar a la mente del trono de su reino y del orden justo”. Los actos públicos, constituyen extensiones prácticas y efectos de la voluntad humana de los gobernantes. El “Ordo amoris” requiere del “Ordo iustitiae”.
Quienes consideran que la actualidad moderna tardía y postmoderna vigente en el globo desecharon las cimientes de los gigantes que construyeron los sistemas filosóficos, las doctrinas y las bases de las ciencias contemporáneas están errados.
Hasta en política, como vemos por las precitadas declaraciones del vicepresidente estadounidense J. D. Vance y el papa Francisco, continuamos esta odisea de argonautas avanzando sobre hombros de gigantes.
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