Temporada de observación de ballenas

Para iniciar esta historia es necesario abordar una máquina del tiempo imaginaria y retornar unos casi 37 años atrás, de manera específica 1985. Susanne Kim Beddall, protagonista de esta aventura que se prolonga ya por casi cuatro décadas, era entonces una joven instructora de buceo en uno de los pocos hoteles que estaban instalados en la costa de la provincia Samaná, al noreste de la República Dominicana.

En aquel momento pescadores de la zona le comentan que con cierta regularidad habían observado ballenas que acudían hacia los ríos Yuna y Barracote, “a beber agua y alimentarse en la Bahía de Samaná”, sin siquiera imaginar el enorme recorrido que en realidad hacían estos cetáceos para llegar a esta península y cuál era el verdadero objetivo de su visita a este punto del Caribe.

El relato de los pescadores pone en alerta a Kim Beddall quien, sin perder tiempo, comienza a investigar y efectivamente confirma la presencia de los gigantes marinos en la bahía, comprobando posteriormente que se trataba de ballenas jorobadas.

Es así que en 1985 inicia, gracias a esta buceadora canadiense, -que ya se autodefine como samanés-, lo que hoy se conoce como la “Temporada de Observación de Ballenas Jorobadas”, un tiempo que representa el pilar del desarrollo turístico de toda esa provincia.

Solo 60 personas acompañaron a Kim Beddall en la primera temporada; en 2019, año previo a la pandemia, la cantidad de turistas nacionales y extranjeros que disfrutaron la experiencia de observar de ballenas jorobadas estima superó los 70 mil.

Determinar la especie fue un asunto de simple observación.

Tras casi 38 años observando las ballenas jorobadas Susanne Kim Beddall ha acumulado cientos de anécdotas y conoce a muchas de las ballenas de manera particular.

Puntualiza que la identificación es posible gracias a que en 1975 investigaciones realizadas en el Golfo de Maine determinaron que estos animales marinos, tienen un patrón en blanco y negro debajo de la cola, que es único en cada una de ellas, tal como las huellas digitales en los seres humanos.

Agrega que en el país desde el año 2010 se ha dado seguimiento a las ballenas que visitan la Bahía de Samaná y a muchas ya las tienen identificadas y con sus respectivos nombres.

“Una de ellas que nos han visitado a nosotros múltiples veces desde el 2010 es una hembra y el nombre de ella es Ajax y hace cinco días un grupo de observación de ballenas en Islas Turcas y Caicos nos mandó a nosotros una foto de Ajax y nosotros dijimos, oh, ella está en camino a Samaná y hoy (02-02-2-22) ¡sorpresa! subimos y vimos un grupo activo, competitivo, un grupo reproductivo, macho peleando con macho por el derecho de cortejar y ¿quién es la hembra en el grupo? Ajax”, cuenta Kim Beddall en su casi perfecto español.

Para esta canadiense-samanés, pionera en la observación de ballenas jorobadas, el tiempo que lleva realizando esta actividad ha sido una experiencia más que gratificante. Tanto, que cuando llegó al país como instructora de buceo a mediados de la década del 80 del siglo pasado, pensó que solo estaría por estas tierras y costas uno o dos años y, sin embargo, ya han pasado casi cuatro décadas y contando.

Kim Beddall explica que para el año 1987 un grupo de especialistas de siete países, incluyendo científicos de República Dominicana y Estados Unidos, iniciaron una investigación a través del proyecto YONAH, que se dedica al estudio, foto identificación y recolección de datas, sobre las ballenas a nivel del Atlántico Norte.

La investigación, que se prolongó hasta 1992, arrojó que en realidad provenían de los mares de Groenlandia, Islandia, Noruega y América del Norte, viajando en algunos casos hasta 7 mil kilómetros para llegar a estas cálidas costas.

El plan de las gigantes jorobadas al asumir la Bahía de Samaná, Banco Navidad y La Plata como su hábitat temporal, no era tomar agua o ni siquiera alimentarse, sino que su propósito al recorrer una distancia tan grande es en realidad un poco más íntima. Vienen a aparearse o alumbrar a sus crías.

85% de las ballenas jorobadas que habitan en el Atlántico Norte nacen aquí, en aguas dominicanas, por lo que podrían compararse con aquellos ciudadanos dominicanos que siempre retornan a su país cada invierno, aunque con propósitos distintos.


Ministerio de Medio Ambiente