Por Joan Leyba Mejía

La política vernácula toma su rumbo, y junto al folclor que caracteriza la expresión más auténtica del criollo en tiempos de campaña, se baten en el escenario actual un conjunto de manifestaciones que van desde el descrédito y la incapacidad de unos, hasta la jocosidad y excentricidad con que otros plantean sus opciones.

El tablero, muy a pesar de que las alianzas variarán su estructuración en el futuro temprano, se torna variopinto y da sabor provinciano al quehacer de la ciencia que encierra las pretensiones del poder. La composición de las nuevas regulaciones políticas exigen, para bienestar de los ciudadanos, la limitación del accionar público de aquellos que embadurnaban sin control los espacios colectivos, para vender una imagen, que a veces,  resulta muy desagradable.

De entre los que buscan el poder y partiendo de la propia pluralidad de los liderazgosexistentes, emerge un líder cuya personalidad y carácter, encarnan la expresión pura del político con sabor a pueblo. En esta sociedad, medianamente educada y altamente conservadora. Acá, donde ser auténtico puede costarle, al más simple de los mortales, la excomulgación de los santuarios sociales donde se conjugan el oprobio y la doble moral, con la finalidad de poner una cobija a la impureza que vierten ciertos sectores.

Su trayectoria es digna de un estudio exhaustivo, pues sin importar lo accidentada de esta y lo inocultable de aciertos y desaciertos. Este hombre excepcional se ha convertido en el único líder capaz de resurgir de sus propias cenizas como el ave fénix de la mitología, imponiéndose contra pronósticos, con una fuerza centrípeta que remueve los escenarios y provoca alboroto y entusiasmo por doquiera que transita.

Hipólito Mejía,  ha sabido reponerse con facilidad de situaciones adversas, salir de las crisis coyunturales y revertir los datos cuando el viento lo desfavorece. Pareciera, sin ánimos de exagerar, como si el ecosistema político  jugara eternamente a su favor.  Su carácter le ha granjeado el apoyo de muchos y la aversión de otros. El carisma. Herramienta esencial de todo el que pretenda ganar simpatías en una sociedad que valora al político por la cercanía, es inconmensurablemente su mejor activo.

Franco y sencillo, adornado de un espíritu humilde. De fácil acceso y lenguaje simple, es el digno reflejo de la experiencia, la gratitud y la lealtad. El  amor por la familia es parecido a su profundo apego a la verdad. Espontáneo, sincero, jovial y honesto. Sin dudas la representación genuina del dominicano común, ese que expresa en cada una de sus frases, cultivadas en el estudio profundo de la sabiduría popular.

Ha sido templado como hierro bajo la fragua de una familia trabajadora que asimiló de la tierra el valor de alimentar a muchos. Con ese sacrificio que hace fuerte y honesto al campesino. Sacrificio virtuoso. Aprendió de la cultura de la gente humilde y el valor que éstas dan a la vida sencilla. De la vida, la experiencia y de allí la sabiduría. De los años, tiene marcada la paciencia y la virtud. Virtud  que solo se consigue con un corazón noble y justo.

El guapo de Gurabo veinte años después de haber alcanzado la primera magistratura del Estado y a pesar de contar con más de setenta años, pudiera en esta ocasión, arrebatar el sueño de un bisoño encaprichado con las mieles del poder. Y convertirse a sus casi ochenta, en promotor de la transición institucional que vienen reclamando por años amplios facciones de la vida nacional.

Extrañamente ocupa entre sus correligionarios una posición privilegiada y esto lo coloca en condiciones favorables frente otros que aspiran dentro de su partido a la nominación por la candidatura perremeísta. No escatima esfuerzos en esa misión, trabaja de sol a sol repartiendo como el Cristo: paz y esperanza. Apoyado en una empatía jovial que lo mantiene activo en el gusto popular, y tiene entre sus labios una sonrisa mágica que bailotea con su pueblo al ritmo contagioso de “Llegó Papá”.