Opinión por Orlando Jorge Mera

En enero de 1992, escribí tres artículos consecutivos en Listín Diario que fueron titulado “Juicios Paralelos (I, II y III)”, en los que analizaba las similitudes y las diferencias del caso de mi padre, Salvador Jorge Blanco, en República Dominicana, y los de Alan García, en Perú. Fueron casos que tuvieron fines políticos, aunque con resultados finales muy diferentes.

El 11 mayo de 2001, catorce años después, mi padre fue absuelto por la justicia dominicana por no haber cometido los hechos que le imputaban.
El caso de Alan García fue diferente.

García fue presidente del Perú en dos oportunidades. La primera vez en 1985-1990. Luego vinieron los intentos de desacreditarlo con expedientes de corrupción, a los cuales él se defendió. Posteriormente, volvió al solio presidencial en 2006 al 2011, en un hecho sin precedentes en la historia del Perú.

Hacia su primer mandato, García tuvo relaciones con dirigentes políticos dominicanos, como José Francisco Peña Gómez, Salvador Jorge Blanco, Hatuey De Camps, entre otros, e incluso mi padre estuvo en la toma de posesión de García en 1985 en Lima.

En lo personal, nunca le conocí, pero sin dudas, el historial del Partido APRA, una de las organizaciones políticas más antiguas en América Latina, y la vida de su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, de quien mi padre, hizo luego en 1951 su tesis doctoral en Madrid, por el extraordinario caso de “Asilo Político de Haya de la Torre”, siempre llamó mi atención.

Le he dado mucho seguimiento a la vida política peruana. Aquel famoso debate entre Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa marcó el inicio de conocer y entender la política en Perú hasta el sol de hoy. Lógicamente, con la irrupción del caso “Odebrecht” en 2016, que salpicó tanto a Perú como República Dominicana, pues con mayor razón, le presto mucha atención a lo que ocurre en ese hermano país.

Todos los presidentes del Perú, desde Fujimori hasta la fecha, con excepción del actual, Martín Vizcarra, están todos procesados y en prisión, salvo Alejandro Toledo que está prófugo. Alan García decidió quitarse la vida, para no tener que pasar la vergüenza de ir preso en condiciones desfavorables, y defender su honra en justicia. Fue su decisión personal, lo cual respeto.

El tránsito en la política no se mide en cómo se llega al poder, si es que llega a la cima, sino en cómo se termina. Las mieles del poder, y el sabor amargo de la desgracia política.

El poder obnubila, y ciega, a quien lo ostenta, sino tiene la sencillez y la humildad que no se compra en las tiendas, sino se recibe en la educación de la familia. Extraordinaria lección nos deja el caso de Alan García.